El monolito es a 2001, a Space Odyssey (1968), lo que el árbol a The Tree of Life (2011). El árbol es símbolo de eternidad, y es símbolo de la vida; de la Vida, en mayúsculas, que de esto va la atrevida obra -¿”pictórica”, debería decir?- de Terrence Malikt Malick. De la vida y de la muerte: de por qué Dios permite el mal y cuál es el sentido de mi vida -la de cada uno y la del mismo director, que no en vano es su película más autobiográfica.
Recorriendo la historia de Jack (un increíble Hunter McCracken, de joven, y Sean Peann, adulto), conocemos la vida de una familia católica en el Texas de los años 50. Desde su seno materno hasta el ajetreo diario de un trabajo a veces inhumano rodeado de hombres “grises”, muy parecidos a los descritos por Michael Ende. En esta vida, Jack pasa por las distintas etapas de cualquiera: una infancia feliz, con unos padres idealizados y dos hermanos menores, con los que juega, se pelea, ríe y llora; y una adolescencia que le hace plantearse muchos interrogantes, e incluso enfrentarse a su padre despótico (Brad Pitt) -hasta el punto de desear su muerte-… o a Dios. En una vida donde lo ordinario es casi la única vía para encontrar respuestas y, ante la muerte, a los 19 años, de su segundo hermano las dudas de fe podrán acelerar algún cambio.
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